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Cuando el mito dice basta: el adiós de Obradović al Partizan

Foto: Partizan BC

Artículo de opinión — Bernat Góngora

Un día después de la dimisión de Zeljko Obradović como entrenador del Partizan, sigue siendo el tema central de la opinión pública baloncestística en toda Europa. Un adiós que, sinceramente, considero muy doloroso para el baloncesto europeo y, en especial, para un club histórico como el Partizan.

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Es cierto que cuando Obradović decide volver a casa en la temporada 2021-2022, el Partizan se encontraba en una situación desastrosa: séptimos la temporada anterior en una ABA League de muchísimo menor nivel que la actual, un club sin rumbo alguno e incluso con la incertidumbre de que pudiera desaparecer. Su llegada salvó al club y lo catapultó de nuevo a la primera línea del baloncesto continental.

Es difícil explicar el aura que desprende Zeljko Obradović. Pero cuando uno está en la Beogradska Arena y siente a más de 20.000 personas corear “Obradović Zeljko”, se te pone la piel de gallina, y es cuando te das cuenta de que su figura roza la divinidad para los aficionados del Partizan. Su mera presencia estas cuatro temporadas y media posicionó al club en el mercado en todos los ámbitos: jugadores, ticketing, sponsors, patrocinadores… y, lo más importante, devolvió al club a la Euroliga, competición en la que tendrá plaza al menos dos años más.

Todo esto, por si fuera poco, se ha logrado en un contexto político-social muy complicado en Serbia, un país donde los poderes del Estado tienen tentáculos en prácticamente todas las formas de expresión social. El baloncesto en Serbia lo es, y sobre todo en el Partizan, un club que trasciende lo deportivo. Si a día de hoy los serbios se dividen entre los que apoyan el gobierno de Vučić y los que reclaman la regeneración democrática y el futuro de los jóvenes, la base social del Partizan se situaría entre los segundos. Así lo han manifestado sus aficionados en múltiples encuentros, tanto nacionales como internacionales, estos últimos años, con cánticos durísimos al presidente del país.

Ojalá pudiéramos hablar solo de deporte, pero en Serbia el baloncesto es religión, y todo se complica mucho más cuando intentas rascar y entender. Obradović y el Partizan siempre han estado en el punto de mira de esos poderes fácticos que han podido considerarlos una amenaza. Todo esto lo cuento sin ánimo de generar teorías conspiranoicas, sino para dar contexto a la situación del equipo estos últimos años, porque también ha afectado en lo deportivo. El ejemplo más claro fue probablemente el “NO FICHAJE” de Nikola Mirotić por el Partizan en la temporada 2023-2024, un movimiento apalabrado que se fue a pique por las presiones que recibió el hispano-montenegrino de esas altas y translúcidas esferas de poder. Un no fichaje que derivó en una mala organización de la plantilla, que sucumbió antesu eterno rival y que fue completamente renovada al término de la misma.

Y sin dejar lo deportivo a un lado, me gustaría recalcar todo lo anterior porque desde Grecia llegan informaciones de que el desenlace entre Obradović y el Partizan no ocurrió únicamente por los resultados en la cancha. Según afirmó el periodista griego Giannis Palas, del diario Gazzetta, detrás de todo, en realidad, se esconde presión política.

“La salida de Obradović del banquillo del Partizan, solo un día después de la imagen trágica que el equipo mostró contra el Panathinaikos, sorprendió al baloncesto europeo. En el último tiempo, según personas que hablaron con él en Atenas, Žoc no estaba de buen ánimo. Y había dos razones para ello”.

La primera, que pese a todos sus esfuerzos por cambiar el juego y el rostro del equipo, la situación parecía completamente irreparable (como lo demuestran las siete derrotas en los últimos ocho partidos de Euroliga).

La segunda, que sentía que estaba bajo el “ataque” del gobierno serbio.

No obstante, durante las cuatro temporadas y media de Zeljko en el banquillo del Partizan hemos visto de todo en lo deportivo: aciertos y errores en dos etapas muy diferenciadas.

La primera fue su llegada y la capacidad de transformar de nuevo al Partizan en un equipo reconocible por su lucha e intensidad. Una etapa de tres años. El primero, en Eurocup, fue un año de construcción tras los fichajes de Punter, Leday y Lessort. El segundo fue la constatación, ya en Euroliga, de lo que según mi opinión fue el mejor equipo del club en los últimos 20 años, quedándose a las puertas de la Final Four al no poder certificar el 2-0 ante el Madrid y tras la trifulca originada por Sergio Llull y tan bien secundada por Yabusele.

Visto con perspectiva, aquella pelea fue un punto de inflexión. Aunque no se notó en la consecución de la Liga Adriática de ese año, sí se manifestó en la temporada siguiente. El adiós de Exum, Madar y Lessort, y el “no” a última hora de Mirotić, trajeron consigo jugadores como Caboclo, Ponitka, Dozier y, sobre todo, un pésimo Frank Kaminsky, que no estuvieron a la altura. Al término de ese curso se renovó por completo la plantilla. Se acabó la primera etapa, demasiado abruptamente en mi opinión, sin mantener ninguno de los pilares de esos tres años: Punter, Leday o Avramović. El núcleo serbio desapareció y solo quedó el joven Balsa Koprivica para la segunda etapa.

Una segunda etapa marcada por la llegada de ex NBA y especialmente por “los hermanos” Jones: Tyrique y Carlik, este último líder del equipo hasta su lesión de este año. Un equipo teóricamente capaz de ilusionar y que formaba parte del mayor presupuesto de la historia del club. Sin embargo, la sensación ha sido que gran parte de estos jugadores no han sabido entender la magnitud del club en el que jugaban. La falta de experiencia en Euroliga y la ausencia de un bloque serbio creo que han sido claves.

La capitanía de Marinković, lastrado por pequeñas lesiones que interrumpían su rendimiento y por un liderazgo tímido; la aportación de Pokusevski, que venía a Europa a aprender del mejor y dar un paso adelante, pero quedó muy lejos de lo esperado; o fichajes más marketinianos que deportivos, como Jabari Parker o “Slim Jesus”, sin encaje, no hicieron más que desequilibrar una plantilla que ha rendido muy por debajo de lo esperado.

Tampoco se entendió el fichaje de Dylan Osetkowski, relegado al rol de cinco, una posición donde prácticamente no lo habíamos visto jugar.

Todo ello, sumado a un juego basado en las individualidades de los ex NBA como Milton y Washington, lastró a un equipo en el que solo Bonga, Brown y los Jones estuvieron realmente a la altura.

Obradović, pese a ser el mejor de la historia, no ha sabido —o no ha podido— dar con la tecla, como muestran los resultados. Aun así, creo firmemente que algunos jugadores de esta plantilla actual serán recordados como parte de la temporada en la que dimitió Zeljko Obradović. Que se lo hagan mirar.

Volviendo al adiós de Obradović, da la sensación de que lo deportivo queda en segundo plano. Todos hubiéramos deseado un desenlace mejor, pero no todas las historias, por muy bonitas que sean, terminan con un final feliz.

El adiós es tan traumático que ni siquiera nombres como Vujošević, Đorđević o Trinchieri calmaban a nadie como posibles reemplazos. Finalmente será el italiano, probablemente el más indicado dada la situación actual. Su misión será amortiguar una caída en picado y devolver la esperanza a un club que debe levantarse y competir de nuevo en la mejor liga del baloncesto del mundo: la Euroliga.

Hvala za sve, OBRADOVIĆ ŽELJKO.
Idemo Partizan.

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