
La temporada de Nadunet Refitel Llíria ha sido, por momentos, una fiesta. Y por otros, un aviso. Desde su regreso a la Segunda FEB (la antigua LEB Plata), el objetivo era claro: salvarse. Nada más. Pero este grupo, sin perder el ADN edetano —con los hermanos Pérez, Rivas, y las aportaciones puntuales de Nacho Maté y Marc Rodilla—, ha ido mucho más allá. Durante buena parte del año, coqueteó con los primeros puestos como si llevara años en la categoría. Parecía que todo salía. Defensa seria, ataque ordenado, confianza colectiva. Y en el banquillo, el liderazgo firme y táctico de Víctor Rubio ha sido decisivo.
La primera vuelta fue casi perfecta. Ritmo, química y una identidad que muchos equipos no consiguen ni en dos temporadas. Nadunet Refitel Llíria jugaba con alma, con un punto de inconsciencia propia de quien no tiene nada que perder y mucho por demostrar. El equipo defendía con agresividad y, cuando lograba cerrar el rebote y correr, encontraba puntos fáciles y juego fluido. No era casualidad: había trabajo detrás. Mucho.
Pero el baloncesto, como la vida, no perdona ni a los que se adelantan en el camino. Con la permanencia asegurada antes de tiempo —todo un éxito—, llegó la fase más compleja: la gestión de la comodidad. Y ahí se torció la cosa. Las lesiones, especialmente la de Josep Pérez, empezaron a notarse. El equipo perdió chispa, referencias, y sobre todo equilibrio. Los cambios a mitad de temporada, en lugar de sumar desde el primer día, necesitaron tiempo para encajar. Y mientras tanto, la clasificación seguía su curso.
Nadunet Refitel Llíria terminó 5º, una posición que hubiese firmado cualquiera en agosto, pero a la que se llega con el sabor amargo de cuatro derrotas consecutivas. Es, literalmente, el peor momento del año. Justo ahora que viene lo mejor: los playoff.
La eliminatoria ante Archena es tan abierta como imprevisible. Dos equipos capaces de lo mejor y de lo peor en cuestión de minutos. Si Nadunet Refitel Llíria recupera su identidad, si vuelve a defender con orden y jugar con cabeza en ataque, tiene opciones más que reales. Pero necesita una reacción. Rápida. Mental y táctica. Volver a esa versión que no pedía permiso para ganar, sino que salía a hacerlo sin complejos.
Como aficionado, es imposible no ilusionarse con este equipo. Y como entrenador, es inevitable ver los matices: la pérdida de ritmo, los pequeños errores en defensa, los minutos de desconexión. Todo eso ha aparecido en las últimas semanas. Pero también sabemos lo que hay cuando este grupo se conecta. No es una quimera pensar en pasar de ronda. No es una locura creer que se puede llegar lejos. El talento está, el cuerpo técnico está, la afición está.
La temporada, pase lo que pase, ya es de notable. Ganar a Archena y meterse en semifinales sería un excelente. Llegar a la final, matrícula de honor. Y si llega el ascenso, ahí sí, cum laude, sin discusión.
El reto está servido. Ahora toca jugar.