A todo joven que empieza a jugar de manera más seria a baloncesto en un club con 3-4 entrenamientos a la semana y juega una liga ya reglada por la federación le unen varias cosas a sus compañeros, primero compartir una misma camiseta, unos mismos entrenadores y un mismo objetivo.
Pero también mucho más, un mismo vestuario, una misma edad con sus inquietudes, alegrías, miedos y frustraciones, en baloncesto no todo es «fiesta», hay trabajo, mucho cansancio, incluso dolores, golpes y alguna que otra dolorosa lesión que te la echas a la chepa y sigues.
Con el tiempo todos siguen sus caminos, algunos siguen al lado tuyo y otros parten a otros destinos pero esa unión fraternal de tantos ratos pasados no desaparecen jamás.
Es más, el recuerdo de los entrenadores, sus enseñanzas, disciplina, manera de «castigar» o de motivar viajarán en tu memoria toda la visa al igual que tu vida paralela de estudiante.
Los hay que pudieron llegar al profesionalismo e incluso al éxito, otros recalaron en ligas que no tienen ni los focos ni los medios de comunicación entre sus reclamos, cada uno asume su destino deseado o simplemente el viaje que le toca vivir.
Pero, todo toca a su fin y la huventud se acaba y el alto ritmo de exigencia del deportista se acaba y debe poner punto final a su carrera a veces con pesar, otras como alivio.
La manera de reengancharte con ese baloncesto que formó parte de nuestras vidas es apuntarte a los partidos de veteranos, a otro ritmo por supuesto, reverdenciendo viejos laureles, una suerte de “quién tuvo algo retuvo” de toda la vida.
Viene un periodo posterior en el que todos los años pasan factura y pasas a otro club, “el de los protésicos acelerados”
Entre los míos, casi somos más los que tenemos prótesis ya sea de cadera o de rodilla en la pre-frontera o pasados los 50 que los que conservan las piezas originales.
Os aseguro, y llevamos ya algún que otro año reuniéndonos los que fuimos jóvenes hace 35 o más años que aún en nuestras miradas, pañabras y pensamientos queda mucho de aquellos ilusionados chavales que se entregaban en las canchas ya sea en un entrenamiento o en competición y los valores inculcados por nuestros entrenadores sigurn vivos.
Somos mucho más que compañeros de equipo, hay una hermandad invisible del que se sabe que ha compartido unas experiencia en común con su gente, cosas que no se expresan sólo con palabras si no con una complicidad que supera al lenguaje normal y quién no las haya vivido, jamás podrá acabar de comprenderlas al 100%.