El otro día estaba viendo un partido de baloncesto en el que uno de los equipos tenía en la banda ejerciendo de entrenador a un personaje desgañitándose, con la cara roja y dirigiéndose a sus jugadores a “grito pelao” para decirles lo que habían de hacer en cada momento. Al finalizar el partido con victoria del equipo, alguien con quien tengo poca confianza todavía, se me acercó con el siguiente comentario: “este año tenemos un entrenador muy bueno y cañero que va a exigir mucho a los chavales”.

Mi reacción ante el comentario fue ser prudente y callar condescendientemente para no hacer sentir incómodo a nadie ni para adoptar una conducta de soberbia ante la discrepancia. Soy nuevo, no quiero polémicas y la distancia será una buena compañera de viaje. Mi madre siempre dice que “el que habla poco es difícil que se equivoque”.

Sin embargo, otras personas se unieron a nosotros creando un debate espontáneo mientras yo me decía para mis adentros: “¡mente fría! mejor observar, opinar lo justo y no dar lecciones a nadie. Estos debates de grada los carga el diablo”. Sin embargo, el cuerpo me pedía intervenir con algunas preguntas:

  • “¿Cómo es que en pleno siglo XXI sigue existiendo la firme convicción de que un entrenador histriónico en la banda es sinónimo de exigencia, dureza e intensidad?”.
  • “¿Por qué perdura la convicción de que la conducta disciplinada se obtiene a través del miedo y la intimidación?”
  • ¿Qué puede ser más efectivo? ¿Ejecutar un plan de juego a través de hacérselo propio o por miedo a la reacción del entrenador?
  • ¿Qué es más sostenible en el tiempo? ¿Liderar desde la autoridad o desde la credibilidad?
  • ¿El miedo es motivante? ¿El jugador está más conectado con el juego cuando tiene continuas interferencias verbales desde la banda?
Zeljko Obradovic entrenador Partizán
  • “¿Resulta útil evaluar la exigencia de un entrenador de acuerdo al nivel de decibelios de su voz?”
  • “¿Estamos seguros de que por no levantar la voz se exige menos? ¿Es más flojo el que grita menos? ¿Seguro?”
  • Si un entrenador acostumbra a su equipo a los gritos, reproche y enfado como forma de interacción, el día que necesite que sus pupilos reaccionen, ¿cómo lo va a conseguir?
  • “¿Debemos medir el desempeño de un entrenador por sus palabras o por sus hechos?”
  • Esos entrenadores chillones y autoritarios, ¿dirigen de esa manera porque creen en ello, porque no tienen capacidad de hacerlo de forma diferente o porque les resulta cómodo imponer su idea sin admitir réplica? ¿Admitir otras opciones diferentes le hace sentir desautorizados? ¿Van bien de autoestima? ¿Entienden el concepto “delegar”? ¿Entienden la idea de responsabilidad compartida?
  • Hubiera preguntado si prefieren que a ellos o a sus hijos les digan las cosas de forma clara, constructiva, positiva, privada, educada y respetuosa o, por el contrario, chillándoles faltosamente en público con reproches continuos.

Además, para reforzar la retórica de mis preguntas, les hubiera citado ejemplos de entrenadores de baloncesto Top (especialmente de la escuela balcánica) que hacen bueno el refrán de “Perro ladrador poco mordedor”.

Saras Jasikevicius entrenador Barcelona
Fotografía de V Salgado

¿Son muy vehementes en las formas? ¡sí! pero tienen poca firmeza y coherencia en las decisiones.

¿Gritan mucho ante el error? ¡¡Sí!! efectivamente, pero ni gritan ante todos los errores ni los penalizan por igual”.

Probablemente hubiera añadido que, casualmente, no acostumbran a ser tan vehementes con los jugadores “principales” o “veteranos” y sí muestran un lamentable tono agraviante e irrespetuoso cuando se dirigen a los jóvenes, a los menos habituales o a los menos dotados. Es decir, suelen ser cobardes. ¡¡¡Ojo aquí!!! ¡¡Peligro!! problemas a la vista. El cuándo surgirá estos problemas dependerá de la madurez del grupo.

Así pues, tras llegar a casa del partido, aproveché la inspiración que generó en mí el debate al que asistí de forma pasiva para juntar unas letras a modo de reflexión sobre lo que entiendo debe ser un buen entrenador y, especialmente, de cómo debe ejercer su profesión para lograr los objetivos.

Tengo claro que la sociedad requiere de referentes. El baloncesto no es una excepción y los entrenadores más laureados son los que suelen ejercer mayor influencia en las nuevas generaciones. No obstante, esta afirmación está viciada dado que el hecho de lograr títulos no tiene por qué estar vinculado al buen desempeño del entrenador.

Pienso que el aficionado es desconocedor de muchas de las características que ha de poseer un buen líder y es por ello que encumbra al poseedor del resultado. Es comprensible y admisible, pero lo me cuesta más asumir es que los propios profesionales del deporte acepten ciertos modelos de conducta como adecuados para la consecución de los objetivos. ¿Cuántas veces hemos escuchado el mantra “este equipo necesita mano dura para rendir”? ¿De verdad que el ser humano ofrece su mejor versión cuando actúa bajo el yugo del miedo y la toxicidad?

Siempre he procurado aplicar una máxima que no es otra que “no hagas lo que no quieras que te hagan”. Un valor o principio de vida que, si se aplicara más a menudo, ayudaría a tener un mundo mejor. De mi experiencia cómo jugador, primero, y entrenador después, siempre he tratado de hacer un ejercicio de empatía adoptando una dirección de grupo respetando la cuestión de “si fuera jugador, ¿cómo me gustaría ser tratado?

Obviamente, he ofrecido mi mejor versión desde la motivación, la tranquilidad y utilizando referentes para construir mi propio modelo. No pienso que yo sea excepción así que he intentado aplicar mis convicciones a mi forma de dirigir.

Si hay algo que he ido aprendiendo con el transcurso de los años es que el aspecto más clave y decisivo para ser eficaces en nuestro desempeño como entrenadores es la capacidad de liderar y gestionar. De muy poco servirá tener un exhaustivo y profundo conocimiento del juego si no se es capaz de transmitirlo.

Liderar y gestionar de la forma adecuada constituyen los dos pilares imprescindibles para que un equipo alcance sus objetivos y mejore durante el proceso. Quiero poner especial énfasis en la expresión “forma adecuada” porque representa el propósito del artículo. ¿Existe una forma de liderar y gestionar mejor o peor? Pues depende…. Existen diferentes formas de gestionar que son más o menos adecuadas según las circunstancias.

Todas las formas de dirección de equipo tienen sus pros y sus contras y polarizarlas es contraproducente. La clave está en coger lo más adecuado de cada una, racionalizarlo y adaptarlo a cada circunstancia. El entrenador debe tener dotes creativas no sólo en la pizarra sino en la gestión. Hay que construir vínculos, atender expectativas, detectar sensibilidades y dar con la tecla correcta.

Todo ello conforma un proceso tan apasionante como complejo. Los entrenadores más exitosos no son los que más ganan sino los que obtienen la mejor versión de sus jugadores. La mejor pizarra no te convierte en un entrenador diferencial. Gestionar bien tu equipo sí. Los entrenadores son arquitectos. Diseñar, proponer y convencer. Imponer puede dar resultado a corto plazo, pero no a largo. Imponer desgasta las relaciones, no las afianza y genera desconfianza.

No existe una fórmula mágica, una pócima que responda a las demandas y necesidades de la gestión de equipos. Cada vestuario es diferente y tiene vida propia. Cada temporada es diferente, cada equipo es diferente, incluso, nosotros mismos también lo somos de forma consciente o inconsciente. Ni siquiera creo que deba gestionarse un mismo equipo de forma exactamente igual de un año a otro. Habrá muchos detalles que habrán producido cambios dentro de los integrantes del grupo. Sí creo en tener necesarias unas características definidoras de un estilo, pero con la flexibilidad del contexto de cada equipo.

El “quid” de la cuestión es determinar qué tipo de liderazgo y de gestión necesita el equipo. De la capacidad que tenga el entrenador de liderar y gestionar de la forma adecuada las diferentes situaciones, se logrará un mayor o menor éxito en la consecución de los objetivos propuestos.

Tenemos que perseguir la claridad de nuestro proceso y, si además lo hacemos de manera sencilla, mucho mejor. Ahora bien, ¿cómo se consigue encontrar la claridad en el liderazgo y gestión de equipos? Debemos hacernos preguntas para encontrar respuestas. Estas respuestas serán nuestras herramientas de liderazgo.

Desafortunada o afortunadamente, no hay una respuesta perfecta y absoluta.  Hay estilos y pautas globales que nos deben hacer sentir cómodos, ser naturales, creíbles y con la flexibilidad suficiente para adaptarnos sin perder la esencia. Esta capacidad camaleónica que ha de tener el entrenador para encontrar respuestas adecuadas a las preguntas anteriores es lo que determinará nuestros logros.

Entonces, ¿gritar o no gritar?