
«El tiempo depende del estado de movimiento del observador»
Albert Einstein definió la relatividad del tiempo, en la que es posible que dos acontecimientos tengan lugar de forma simultánea desde la perspectiva de un observador, pero que ocurran en momentos diferentes desde la perspectiva del otro.
Por suerte, gracias a Newton y la mecánica clásica sé que hoy, para todos, es 20 de febrero de 2025. Fecha que pasará a formar parte de la memoria de los aficionados del BAXI Ferrol por ser cuando se disputa la ida de los primeros cuartos de final de la Eurocup de la historia de su equipo, contra el Dinamo de Sassari, pero que para mi siempre ha sido una día especial, ya que hoy hace 48 años que cargué en mi consola el juego de mi vida que, hasta el momento, ha sido mi mayor entretenimiento. Iré a trabajar, soplaré la vela, pasaré la tarde con mis peques y mis padres, y a las 20:30, mis dos hijos, mi pareja y yo, disfrutaremos delante de la tele de nuestra serie favorita desde hace casi dos años. Un partido del BAXI.
Los salvajes 80: la calle, el OAR y Ramón Trecet
No voy a decir que mi afición infantil al baloncesto tenga un gran mérito. Ser un niño de Narón nacido a finales de los 70 te llevaba casi inexorablemente a ese destino. Y es que, en plena crisis por la reconversión naval, el OAR Ferrol era lo mejor que le pasaba a esta comarca.
Además, en los 80, el baloncesto estaba de moda. Me recuerdo en la salita de casa, con mi tío Jose, luchando contra el sueño para poder terminar de ver cómo España ganaba a Yugoslavia en la semifinal de las Olimpiadas de Los Ángeles ’84. Recuerdo ver a la Cibona de los hermanos Petrovic llevándose la Copa de Europa ante el Madrid, con, por así decirlo, discutible señorío, o el terror que daba ver a las aficiones griegas tirando monedas del tamaño de vinilos, cuando las cosas no salían a su gusto. Disfrutábamos hasta con una Jugoplastika adelantada a su tiempo, aunque fuera a costa del Barça. Y qué decir de aquellas noches de viernes «cerca de las estrellas», con Ramón Trecet descubriéndonos América y aquel baloncesto galáctico de Jordan, Magic o Larry Bird.
Pienso en mi infancia y no todo era baloncesto, pero había mucho baloncesto. Recuerdo el hormigueo en el estómago cuando tocaba partido con mi equipo del colegio, el Valle-Inclán. Muchas veces a la intemperie, en pistas mojadas. A veces, con mejor suerte, tocaba visitar la pista del «Sendo» o del Tirso. Perderíamos seguro, pero por lo menos no nos mojaríamos.
Recuerdo saltar la valla del «masculino» con Sergio, Chechu y Juan, para echar una pachanga de domingo. Menudos «All Star» nos marcábamos. O cuando Papá Noel me regaló unas medias de los Lakers, que ya formaron parte de mi equipación oficial cada vez que andaba una pelota naranja por medio.
Y por supuesto recuerdo la primera vez que un amigo de mi madre, que trabajaba de seguridad en A Malata, me coló para ver un partido del OAR. Seguro era contra el Cacaolat Granollers de Chichi Creus. Y después de investigar, apostaría que fue un 1 de noviembre de 1986. Perdimos, eso sí lo recuerdo, y el señor Joan Creus hizo un partido increíble. Pero lo que nunca podré olvidar es el ruido, los cánticos, las protestas… 5.000 personas emocionándose sincronizadamente ante los impulsos que mandaban esos 10 artistas desde aquel escenario de parqué.
Después vinieron más partidos, no todos, la economía no daba para tanto, pero sÍ pude ver a Ricardo Aldrey, mi ídolo, metiendo un triple, que no fue (estaba pisando), en el último segundo, para ganar al Madrid, y la instantánea invasión de campo, por si a algún árbitro le daba por dudar. En los 80 los partidos acababan así.
Pero llegaron los 90 y el OAR se marchó para siempre. Y con él gran parte de mi ilusión por el baloncesto. Como muchos otros, yo también me marché, como dice la canción, jurando no volver jamás. Poco a poco el baloncesto fue quedando relegado a un segundo plano en mi vida y sinceramente pensaba que aquellas sensaciones vividas quedarían para siempre en el cajón de la nostalgia de la infancia, de la falsa creencia de que cualquier tiempo pasado fue mejor.
El BAXI Ferrol, un regalo inesperado.
Hoy es mi cumpleaños y ayer lo fue de mi hijo mayor, Lois. 38 años, 11 meses y 30 días nos separan. Parece mucho, pero hay muchas más cosas que nos unen. Y una de ellas es el baloncesto. Algo que también tenemos en común con Luz, mi pareja, y Gael, el más peque de la casa.
Tras varias idas y venidas, casi tres décadas después de dejar Ferrolterra, y la juventud, atrás, la vida me devolvió a la ría que me vio crecer. Cuando tienes hijos, a través de sus ojos vuelves a recuperar momentos de tu infancia, que estaban enterrados debajo de toda la carga que la vida adulta va poniendo sobre tus hombros. La ilusión por la Navidad, los nervios del primer día de cole, el miedo a no poder cruzar el pasillo de casa por la noche. Lo que no esperaba era volver a revivir con ellos todos los regalos que el baloncesto me había traído de niño. Pero ahí estaba el BAXI para hacerlo.
Un 25 de marzo de 2023, casi por casualidad, decidimos ir a A Malata a ver al BAXI Ferrol. Sabía de la existencia del club, que algún año había hecho algunas cosas importantes, pero poco más. No es fácil seguirle la pista a un equipo de baloncesto femenino, si no te lo propones. Se veía que estaba a punto de ascender a Liga Femenina Endesa. Y allí fuimos los 4, sin esperar demasiado, más allá de disfrutar de un partido de baloncesto en vivo, que siempre es agradable. Pero lo que allí vivimos superó por mucho cualquier expectativa.
A Malata estaba a reventar, el ambiente era enorme. Miraba a mis hijos, y podía imaginar lo que podían estar sintiendo, porque yo también lo había vivido casi 40 años atrás. El ruido, los cánticos, las protestas de aquel OAR-Cacaolat, eran ahora los del BAXI-Real Canoe, con la diferencia de que esta vez, sí que ganamos y la fiesta fue completa.
¡Gracias al Baxi…!
Gracias al BAXI, mis peques pueden sentir, y yo revivir, el hormigueo de lo que es jugar un partido, o disfrutar de los entrenos con el resto del equipo. Gracias al BAXI, mis peques tendrán recuerdos imborrables, que el baloncesto les está regalando, y yo puedo volver a sentir a mis 40 y tantos… sensaciones que tenía olvidadas.
Gracias al BAXI, podemos saltar cuando Gala Mestres anota una canasta imposible en el último segundo contra Ensino, como hace casi 40 años, lo hacíamos con Ricardo Aldrey contra el Madrid. Gracias al BAXI, podemos juntarnos delante de la tele para emocionarnos con el debut de Ángela Mataix con la selección, como hace casi 40 años, lo hacíamos con el de Manolito Ayer.
Gracias al BAXI, Lois puede bajar a la pista de A Malata, con su papel y su boli para conseguir un autógrafo de Blanca Millán, Noa Morro o Jori Davis, como hace casi 40 años, lo hacía yo para conseguir el de Miguel Piñeiro, Anicet Lavodrama o Mike Schlegel. Gracias al BAXI, Gael se emociona al ver que Carmela Permuy o Elena Baldonedo van a salir a jugar con el primer equipo, como hace casi 40 años, lo hacía yo al ver que lo hacían Oscar Cobelo o Lino López.
Gracias al BAXI, cuando mis hijos juegan a baloncesto en la canastita de su habitación puedo escuchar desde el salón: «Quedan 5 segundos… Carlota para Alba, que se la pasa a Moira, Moira a Claire, asistencia para Julie, y… ¡Canasta! ¡Pos-pi-si-lo-va!», como hace casi 40 años, eran Saldaña, Abalde, Nate Davis, Ruano o Loureiro los que ganaban partidos sin parar en mi habitación ochentera.
Por eso quiero dar gracias al BAXI por no permitir que el baloncesto sólo viva en la memoria de una una comarca y una generación necesitada de magia e ilusión. Gracias al BAXI por seguir dándonos referentes positivos cercanos y por seguir transmitiendo valores imprescindibles en estos tiempos como la humildad, el trabajo, el respeto y la igualdad.
Gracias al BAXI, al OAR, a las canastas de la calle y a las pistas de los colegios, en definitiva al baloncesto, por regalar a jóvenes y no tan jóvenes noches como las de hoy, que formarán parte del tiempo vivido compartido, presente, futuro o ambos, dependiendo del estado del movimiento del observador.