Tanto en la música como en el deporte siempre ha habido niños prodigio, adolescentes que han destacado entre incluso los adultos, diferencias de edad en la competición que parecen más un partido “padres contra hijos” que entre atletas preparados durante años.
Hay jóvenes que su etapa de aprendizaje es tan corta que, ya casi sin llegar a una madurez física pueden competir de tú a tú contra estrellas consagradas con muchos kilómetros corridos de pista y muchos minutos jugados.
Lo que no tengo tan claro es el aspecto de la madurez mental, comprender lo que supone estar en pleno show-business rodeado de aficionados que te halagan, otros que te insultan por que eres el rival, moverte en un mundo de periodistas, mánagers ofreciéndote palacios de oro y “amigos” que te quieren sólo por tu dinero cuando apenas aprendiste a hacer una ecuación de segundo grado o descubrir quién era Niestzche.
Cuando todo va de cara, tienes el viento a favor y todo sale bien, no te hace falta nada, todo viene rodado; pero desgraciadamente no todo son alegrías, también hay errores e incluso, también a veces se pierde.
Es allá cuando aquellos halagos y piropos se convierten en críticas y demanda de responsabilidades.
Difícil de asumir para una mente tierna y aún por formar.
Y si a todo éso le unes al uso social-político del deporte, ya el cóctel no es nocivo, es una bomba que puede explotar en las manos pues no interesa el deportista como atleta si no por lo que representa y se corre el peligro de ser un Kleenex de “usar y tirar” en ese sentido, sólo ser un herramienta para propósitos y no lo para lo que realmente es un deportista profesional en un equipo de élite mundial, ofrecer un espectáculo bien pagado para televisiones a nivel global.
Simplemente sugiero una cosita: DEJAD A LOS DEPORTISTAS TRANQUILOS, y si éstos son jovencísimos más aún.